jueves, 15 de enero de 2009

MICHAEL ONFRAY

Filósofo francés que nació en el seno de una familia de agricultores normandos. Doctor en filosofía, enseñó esta materia en el Lycée de Caen de 1983 al 2002.Dimitió en el 2002 y creó la Universidad Popular de Caen. Cree que no hay filosofía sin psicoanálisis, sin sociología, ni ciencias. Un filósofo piensa en función de las herramientas de que dispone; si no, piensa fuera de la realidad.Sus escritos celebran el hedonismo, los sentidos, el ateísmo, al filósofo artista en la raza de los pensadores griegos que celebran la autonomía del pensamiento y de la vida. Su ateísmo es sin concesiones, expone que las religiones son indefendibles como herramientas de soberanía y trato con la realidad. Forma parte de una línea de intelectuales próximos a la corriente individualista anarquista, intentando entroncar con el aliento de los filósofos cínicos, y epicúreos.Propone un pensamiento determinadamente materialista/naturalista del que hace un elogio en todos los ámbitos que le interesan: ética de la vida, política, uso del cuerpo, relatos amorosos. Para este filósofo, la probidad y el conocimiento del mundo son claves inevitables: “Es necesario trabajar con la realidad y construir a partir de ella”. Trabaja en la reconstrucción de mitos guiados por la “pulsión de muerte”, es decir, la negación del mundo y la existencia en favor de quimeras y cuentos. Posición que le ha conducido a un ateísmo no cristiano (un ateísmo que no conserva los usos del cristianismo en la vida corriente o ateología). Propone un arte de vivir hedonista orientado hacia la existencia, la cultura de las artes y del conocimiento, la expansión, el placer, el conocimiento de sí mismo y del otro.Señalando con el dedo las formas de alienación y de dolor que imputa a las religiones y a sus dogmas políticos y económicos, vuelve a poner al individuo en el centro de su existencia y le invita a “pensar su vida y vivir su pensamiento”. Para él, trabajar sobre el rechazo de los cuentos, sobre el placer, sobre el uso de su cuerpo y su relación con los otros, son elementos esenciales que permiten no caer bajo el pensamiento idealista, con su canto de sirenas de pretendidas existencias después de la muerte, que aplaza una vida gozosa en el único mundo real existente. Para Michel Onfray la felicidad debe hacerse en el momento presente de la vida.

el libro, ANTIMANUAL DE FILOSOFIA:
pretende escribir un curso de filosofía para bachillerato, con el fin de que los adolescentes accedan a ese “continente lleno de gente, de personas, de ideas, de pensamientos contradictorios, diversos, útiles para el éxito de vuestra existencia” que es la filosofía.

El chimpancé, el masturbador y el urinario
El curso comienza por la antropología. El hombre se separa del chimpancé porque tiene necesidades espirituales (erotismo, gastronomía, filosofía, religión, técnica) y responde a las mismas necesidades naturales que el animal pero lo hace por medio de artificios culturales. Todos llevamos nuestra parte de mono y luchamos diariamente por alejarnos de esa herencia biológica. La filosofía nos invita a librar ese combate y nos ofrece los medios para conseguirlo.
A la naturaleza, el hombre contrapone la cultura. Así, por ejemplo, la masturbación es natural y su represión cultural, dice Onfray, y lo justifica con un análisis puramente psicoanalista. ¿Por qué no masturbarse en el patio del instituto? Respuesta: ¿y por qué no, si el placer está al alcance de la mano? Freud no da para más, lo único que se le puede achacar al onanista es que se ha convertido en un “soltero social” que concede a la naturaleza el máximo poder en su vida y a la cultura lo estrictamente necesario para una vida sin complicaciones.
También se contrapone a la naturaleza el arte. Para poder entenderlo, Onfray insta a sus lectores a educar el gusto. Por de pronto, hay que distinguir entre un gusto elitista, burgués, de alta calidad, incluso esnob, y el gusto de gente sin recursos, proletario, popular, modesto, lo que se conoce como kitsch. Esta comprensión es fundamental para distinguir la tiranía de los juicios estéticos dominantes.
Tiranía a la que se opuso Marcel Duchamp, en 1917, al presentar un urinario (Fountain, en francés) a un certamen artístico. Con esta obra dio un auténtico golpe de estado y rompió definitivamente con la Belleza. Demostró que lo que hace que un objeto sea una obra de arte es el Sentido que encierra y que genera en quien lo contempla. El artista tiene plenos poderes y se los transfiere al espectador.
La última oposición del hombre a la naturaleza viene de la mano de la técnica. Y lo hace de tal manera que corremos el riesgo de echar a perder el orden natural. El problema fundamental de la tecnología en nuestros días es que está en manos de la clase dominante y de la ideología liberal. El espíritu marxista que pervive en el filósofo francés le hace entrever “una alternativa al uso alienante de la técnica, que supone su utilización para fines liberadores”, así, “utilizando la tecnología con fines humanistas y liberadores, y no inhumanos y liberales, aumentamos el tiempo de ocio y disminuimos las horas pasadas junto al puesto de trabajo en una jornada y en una vida”. (Cómo no pensar en la utopía marxista).

El pedófilo, el benedictino y los nazisEn la segunda parte del libro surge la pregunta: ¿Cómo vivir juntos? El primer escollo que se presenta para organizar la vida en sociedad es el de la libertad. Pero Onfray maneja un concepto de libertad que no está a la altura de un curso de filosofía. La entiende como: “El poder ir y venir, de circular libremente sin trabas, de moverse sin tener que dar explicaciones; el de hacer uso como uno lo desea de su tiempo, sus noches, sus días, el de decidir la hora de levantarse y acostarse; la libertad de trabajar o descansar, de comer, dormir,…”. Todo ello incomoda considerablemente a la sociedad en su conjunto; así entendida, simplemente no gusta.
Como es lógico, en una tal perspectiva de la libertad, la responsabilidad no aparece por ninguna parte. Somos como somos y no podemos evitarlo, ¿acaso escoge un educador pedófilo su sexualidad? “Cada uno de vosotros –sí, el autor se dirige a sus lectores adolescentes– ha sido determinado a ser lo que es hoy: mujeriego o tímido, libertino o benedictino, coleccionista infiel o fiel monógamo”. ¿Somos, entonces, realmente libres? La respuesta no puede ser sino que “la creencia en la libertad se parece extrañamente a una ilusión”.
Sobre estas arenas movedizas, Onfray afronta la cuestión del derecho y acaba animando a sus alumnos a la objeción de conciencia, a la rebelión y al desacato cuando –son sus palabras– “el derecho positivo contradice al derecho natural”. En ningún momento queda claro qué sea el derecho natural, aunque se hacen las referencias obligadas a Antígona y Sócrates, sino que parece reducirse a lo que cada cual opina. En todo caso, la única justificación que tienen la ley y el derecho es que permiten reducir los riesgos de la vida en comunidad.
Nuestra vida en comunidad da como resultado la historia. Si miramos atrás, veremos que la historia está escrita por la violencia, “comadrona de la historia”, la cual se propone siempre zanjar los problemas, pero que, en realidad, los desvía y alimenta. Onfray pregunta a sus lectores si creen que es útil todavía juzgar a los antiguos nazis. La reflexión que hace, siguiendo a V. Jankélévitch, es que los crímenes contra la humanidad son imprescriptibles e imperdonables: para que haya perdón hace falta que los verdugos lo pidan y que sus víctimas lo otorguen, pero como no se pueden cumplir ninguna de esas dos condiciones, no pueden prescribirse ni perdonarse. En todo caso, queda la memoria para que la historia no se repita.
La visión de la historia que tiene Onfray es trágica: “Los optimistas ven la historia como un constante progreso; los pesimistas como una constante regresión; los trágicos tratan de ver lo real como es: una mezcla inextricable de pulsión de vida y pulsión de muerte”. Una vez más, la sombra de Freud está presente.

“Manual de anticristianismo”Al final, Onfray pisa terreno metafísico y descubrimos sus verdaderas intenciones. El cristianismo aparece como el enemigo a batir. Ya advierte José Antonio Marina en el prólogo que, como buen francés, el autor de este libro “desprecia radicalmente la religión” (y, aún así, lo recomienda). El “antimanual de filosofía” se convierte a la postre en un “manual de anticristianismo”. Los argumentos que usa son sobradamente conocidos por cuanto no hacen otra cosa que renovar el pensamiento de Nietzsche, al que Onfray rinde homenaje, junto a Freud y a Marx, los llamados “filósofos de la sospecha”. He aquí uno de esos argumentos nietzscheanos:
“El cristianismo se adueña de ese doloroso descontento consigo mismo y se apoya en ese foco de infección existencial: insiste en la naturaleza mediocre del hombre marcado por el pecado original, recuerda que la vida es una expiación, un valle de lágrimas, fuerza a aceptar este sufrimiento en relación con la falta de los orígenes…”. El filósofo francés proclama que “no hay pecado original” y anima a sus lectores a desprenderse de todo ese resentimiento: “Escupid lo más rápido posible la manzana de Adán que, atravesada en vuestra garganta, os impide respirar”.
La religión se presenta incontestablemente como el enemigo de la razón: “En todos los casos, el enemigo principal y declarado de la razón sigue siendo la religión… El avance de la religión es correlativo al retroceso de la razón… Eva inventa el mal. No se puede representar mejor el odio a la razón”. Y también como gran enemigo de la ciencia: “Verdad cristiana y teológica contra verdad laica y científica, verdad salida de la creencia y de la fe contra verdad procedente de la razón y la observación. El choque es rudo”.
El autor de este libro acaba nadando entre el escepticismo y el nihilismo. La verdad no está al alcance del filósofo, fuera de un pequeño capital de verdades irrefutables, que nos descubre la ciencia, “no existe más que cambio”. Llegados aquí sólo queda refugiarse una vez más en Nietzsche: “De ahí la validez del perspectivismo (la verdad no existe, sólo existen perspectivas), o bien su verdad… una verdad es una instantánea, un cliché, una imagen en el tiempo”, nada más.
Para acabar, Onfray deja a sus lectores adolescentes una carga de nihilismo: la vida “es corta frente a la eternidad de la nada de la que venimos y hacia la que vamos”. Quiero pensar que sólo es una forma más de provocar la reflexión, y no la conclusión de este curso de filosofía para adolescentes.
Por Carlos Goñi Zubieta. arvo.net