viernes, 6 de febrero de 2009

DIALECTICA DE LA SOLEDAD.

Dialéctica de la soledad, según Octavio Paz y otros pesimistas


El pesimismo es una tendencia filosófica que sostiene, en sentido general, que vivimos una existencia desprovista de sentido. Algunos consideran a ésta una posición típicamente moderna, aun cuando encontramos antecedentes en todas las épocas. Se usa, en este caso, el término "pesimismo" en oposición y reacción contra el optimismo metafísico de Leibniz. En la misma línea que Spinoza y Descartes,

Leibniz considera a éste como el mejor de los mundos posibles cuando postula una "armonía" entre el mundo físico y el mundo moral, teniendo como garante a Dios. En uno de sus escritos de madurez, Principios de la naturaleza y de la Gracia fundados en razón, afirma Leibniz:De la perfección suprema de Dios se sigue que al producir el universo haya elegido el mejor plan posible en el que existe la mayor variedad con el mayor orden; donde el terreno, el lugar, el tiempo, están mejor dispuestos, el efecto mayor está producido por las vías más simples y existe en las criaturas el máximo de poder, de conocimiento, de felicidad y de bondad que puede admitir el universo.

Dos siglos después, Arthur Schopenhauer afirma "la vida es una alternativa entre la frustración y el tedio." Por ésta y otras frases ha sido etiquetado como el más sistemático de los pesimistas. A diferencia de los optimistas racionalistas de los siglos anteriores, que entronizan los poderes de la razón y el pensamiento como el fundamento de la esencia humana, sostiene que la voluntad es el fondo primordial, último e irreductible del ser pero la voluntad es siempre voluntad de vivir. ¿Por qué la voluntad quiere la vida? No hay respuesta a esta pregunta. La voluntad de vivir es un impulso ciego, irracional, inmotivado, no depende de ningún juicio de valor, por el contrario, todo juicio de valor depende del grado de fortaleza de la voluntad de vivir. La voluntad, siempre insatisfecha, es inquietud, es ansia, es nostalgia de lo que no tiene, es padecimiento. Toda la vida humana oscila entre el dolor y el aburrimiento.

Nada que la voluntad consiga logra una satisfacción duradera. Así como la limosna difiere, sólo por un rato, la miseria del mendigo, cualquier logro de la voluntad no logra mitigar el largo tormento de la apetencia. ¿Qué es el mundo?: una anticipación del infierno, el peor de los mundos posibles, dirá Schopenhauer desafiando a Leibniz.Thomas Mann hace gala de sus dotes de escritor cuando describe el pesimismo schopenhaueriano: "la voluntad, siempre en conflicto consigo misma, desconociéndose, busca en cada una de sus manifestaciones fenoménicas el bienestar, el "lugar al sol", a costa de otras manifestaciones fenoménicas, más aún, a costa de todas las demás, y de esta forma clava constantemente los dientes en su propia carne, semejante a aquel habitante del Tártaro que con avidez devoraba su propia carne."

La razón, el intelecto, el conocimiento son instrumentos serviles a la voluntad. El título de su obra El mundo como voluntad y representación expresa, en Schopenhauer, esta tensión, esta bipolaridad violenta entre instinto y racionalidad, entre pulsiones de la voluntad y espíritu, entre sexo (foco de la voluntad) y cerebro (representante del conocimiento). La voluntad es irracional pero se manifiesta en la voluntad de vivir y en el amor a la vida. De allí que el instinto sexual sea "el deseo de los deseos", el más vehemente de los deseos.

El "desencanto" nietzscheano, junto con el extremo pesimismo schopenhaueriano, llevan en línea recta a Freud, sostiene Thomas Mann. El antisocratismo de Nietzsche abreva en la fuente de la concepción pesimista schopenhaueriana a la que agrega "el nihilismo" emergente del lema "Dios ha muerto" y la concepción trágica (dionisíaca) de la vida.La teoría sobre el amor de Schopenhauer, merecedora de otro artículo, es un clásico en el tema de donde podemos derivar, vía Freud, la de Erich Fromm. Este filósofo y psicólogo en El arte de amar, arriesga la tesis, de largo alcance, según la cual la "separatidad", es decir, el sentimiento de "estar separado" es universal.

Este problema es el mismo para el hombre primitivo que habita en las cavernas, el nómade que cuida de sus rebaños, el pastor egipcio, el mercader fenicio, el soldado romano, el monje medieval, el samurai japonés, el empleado y el obrero moderno, sostiene Fromm en un esfuerzo por encontrar un patrón común en todos los tiempos y culturas. El sentimiento de soledad y separación es ubicado, por el psicólogo, en el centro mismo de la naturaleza humana. La solución a esta soledad ha recibido varias respuestas a lo largo de la historia, utilizando varios medios que ayuden a alcanzarla tales como adorar animales, conquistas militares, lujuria, trabajo obsesivo, creación artística, amor a Dios, amor al Hombre.

Muchos rituales de tribus primitivas utilizaban las drogas como forma de escapar del estado de separación, o a través de la experiencia sexual, siendo el orgasmo un estado similar al provocado por un trance o los efectos de ciertas drogas. Las orgías sexuales, la participación en estos estados orgiásticos, al ser una práctica común e incluso exigida por los médicos brujos o sacerdotes, no produce angustia, sentimiento de culpa o vergüenza.

En una cultura no orgiástica, como la nuestra, que condena este tipo de experiencias busca escapar de la separatidad a través del alcohol o las drogas, experimentando el individuo sentimientos de culpa y remordimiento, afirma Fromm.Finalmente, en el recorrido de la tradición pesimista, llegamos a Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura en 1990, el escritor mexicano considerado, por Mabel Bellocchio, un pensador de izquierda o de derecha según con qué lente lo miremos.

Octavio Paz se ocupó de retratar la identidad mexicana sin renunciar, no obstante, a una búsqueda universal acerca de la naturaleza humana. La afirmación "todos los hombres están solos" da cuenta de esta preocupación. De hecho, gran parte de su obra la escribe viviendo fuera de México. Luego de ir a España durante la guerra civil, regresa a México en 1937. Parte de nuevo a los Estados Unidos con una beca Guggenheim de 1943 a 1945.

Poco tiempo después de su regreso, desempeña cargos diplomáticos en París de 1945 a 1951, y en Nueva Delhi, Tokio y Ginebra de 1952 a 1953, al servicio del ministerio de Relaciones Exteriores. Así pues, la primera publicación de El laberinto de la soledad se ubica temporalmente en el período en que vivió fuera de su país. La primera edición data de 1950 y la segunda edición, revisada y aumentada de 1959, tienen como diferencia más notoria el apartado final, La dialéctica de la soledad, que no aparecía en la primera edición.

Allí afirma que el fondo último de la naturaleza humana es la soledad ya que el hombre es "búsqueda del otro", carencia y necesidad de comunión. No hay en este escrito referencias explícitas a Erich Fromm pero la teoría de la separatidad aparece aquí parafraseada con mayor vuelo poético ya que ubica el origen de este sentimiento ineludible de soledad en la expulsión del feto del seno materno. A partir de ese momento nuestra sensación de vivir se expresa como separación y ruptura, desamparo, caída en un ámbito hostil o extraño.

De allí que encuentre que todos nuestros esfuerzos tienden a abolir la soledadEntre nacer y morir transcurre nuestra vida. Expulsados del claustro materno, iniciamos un angustioso salto de veras mortal, que no termina sino hasta que caemos en la muerte. ¿Morir será volver allá, a la vida de antes de la vida?Con ésta y otras angustiantes preguntas, Octavio Paz inicia este apéndice donde continúa la tarea imposible, encarada de modo decisivo ya por Freud: dilucidar la relación amor-muerte, al parecer, anverso y reverso de la misma moneda, es decir, de nuestra humana y carenciada existencia. El sentimiento de soledad, nostalgia de un cuerpo del que fuimos arrancados, es nostalgia de espacio.

El paraíso y el laberinto se identifican con ese sitio y ambos con el lugar de origen, mítico o real, del grupo en las cosmovisiones religiosas.En alusión directa a Simone de Beauvoir, Octavio Paz considera que para el hombre la mujer es un objeto, alternativamente precioso o nocivo, mas siempre diferente. La mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa pero jamás puede ser ella misma. De ahí que nuestras relaciones eróticas estén viciadas en su origen, manchadas en su raíz. Y a la mujer le ocurre lo mismo: no se siente ni se concibe sino como objeto, como "otro". Nunca es dueña de sí. Su ser se escinde entre lo que es realmente y la imagen que ella se hace de sí, una imagen que le ha sido dictada por familia, clase, escuela, amigas, religión y amante. Su feminidad jamás se expresa, porque se manifiesta a través de formas inventadas por el hombre. Llegado a este punto realiza una afirmación todavía más desconcertante por lo escéptica:La elección amorosa es imposible en nuestra sociedad.

Según Octavio Paz, la concepción romántica del amor, que implica ruptura y catástrofe, es la única que conocemos porque todo en la sociedad impide que el amor sea libre elección. En una sociedad en que todos pudieran elegir, el divorcio sería un anacronismo o una singularidad, como la prostitución, la promiscuidad o el adulterio. La situación del amor en nuestro tiempo revela cómo la dialéctica de la soledad, en su más profunda manifestación, tiende a frustrarse por obra de la misma sociedad. Nuestra vida social niega casi siempre toda posibilidad de auténtica comunión erótica, sostiene Octavio Paz derivando ahora hacia una versión pesimista del amor.Siguiendo la idea de Octavio Paz y en un tono científico, el psiquiatra Lucio Bellomo corrobora la teoría según la cual amar es "des-centrarse", salirse de sí mismo, y supone algo de locura y de alienación.

Intuitiva y cognitivamente, el hombre entre amar y sentirse insatisfecho o decepcionado por el amor que no cumplió con el cometido de quitar su soledad, prefiere amar a quedarse solo. La soledad (desolada) improductiva, nos hace transitar en la mayor de las miserias, en el tedio, el egoísmo, el aburrimiento y la desesperanza. El sujeto cuando se enamora, cae (to fall in love) de bruces frente a una realidad interna ineludible e ineluctable. Sólo la interioridad del otro mitiga la soledad, pero esta interioridad es inasible, sabemos que está dentro del Otro, pero no podemos ser el Otro.

El (ella), el otro(a), el Objeto, está allende a nosotros y si cada amante no claudica en el efecto de mitigar su soledad por la acción del otro, y no transita por su propia soledad, la armonía misma entre ambos se pone seriamente en peligro, colocándose los dos, al margen de la insoportabilidad. No es amor, es apego; la vida se vuelve efímera y vacía de contenido, dice Bellomo.Soledad y vacío, son sinónimos, vienen del vocablo "orphanos" (orfandad), y por la etimología sabemos que la soledad se halla estrechamente relacionada con "la añoranza y con el dolor de ausencia". Jacques Lacan concibe también un concepto pesimista del amor. Cuando estudia el Banquete de Platón hace un correlato entre el Objeto del deseo, al cual llama "carencia del ser" (manque à-être) y termina finalmente rematando su pensamiento con una fórmula genial, cáustica, triste e irremediable, dice Bellomo: "el amor es dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere" "L' amour est donner un chose qui ne l'ont pas a quelqu'un qui ne veut pas l'accepter"Amor y muerte, dos corceles antagónicos que, como en el mito platónico, corren cada uno por su lado, atados al carro del alma, siempre en peligro de volcar, provocan una sensación de vacío, de desolación. El pesimismo es uno de los signos de nuestro tiempo. En sentido filosófico, expresa el sentimiento de desamparo frente a lo intrascendente e insignificante de la muerte. A la muerte de Dios corresponde la muerte de todas las vanas ilusiones de trascendencia en otro mundo. En algún sentido el pesimismo es un consuelo y una esperanza, es la aceptación descarnada de la finitud y libera al mundo de culpas y pecados para el gran juego de la creación. Podríamos poner a Heráclito, fuente de inspiración de los estoicos y de Nietzsche, como el primer pesimista de la historia del pensamiento occidental cuando dice en el fragmento 32:Lo uno, la única sabiduría, no sufre y sufre al mismo tiempo por ser llamado con el nombre de Zeus

Podría escribirse toda la historia de la filosofía occidental como un comentario a este párrafo 32, afirma Eugen Fink, ya que aquí aparece la orientación teológica de la metafísica. Lo innombrable, lo impensable, lo inconcebible, es nombrado como Dios de allí que la metafísica haya incurrido en el error de confundir lo real con la palabra que lo nombra al ocultar el juego del mundo bajo la concepción de un Dios. La filosofía, luego, olvidó que el nombre de Dios era un recurso humano para nombrar lo incomprensible de la totalidad cuando, en última instancia, no es más que una máscara que olvida su condición de máscara y se cree rostro.

fuente: http://cgnauta.blogspot.com/

Fragmento del libro :


…Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir, es separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana. El hombre es el único que es búsqueda de otro. Su naturaleza -si se puede hablar de naturaleza al referirse al hombre, el ser que, precisamente, se ha inventado a sí mismo al decirle “no” a la naturaleza- consiste en un aspirar a realizarse en otro. El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como soledad.
…sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste en tener conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí. La soledad, que es la condición misma de nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inestabilidad desaparecerán. La plenitud, la reunión, que es reposo y dicha, concordancia con el mundo, nos esperan al fin del laberinto de la soledad.

...Nacer y morir son experiencias de soledad. Nacemos solos y morimos solos. Nada tan grave como esa primera inmersión en la soledad que es el nacer, si no es esa otra caída en lo desconocido que es el morir. La vivencia de la muerte se transforma pronto en conciencia del morir…Entre nacer y morir transcurre nuestra vida. Expulsados del claustro materno, iniciamos un angustioso salto de veras mortal, que no termina sino hasta que caemos en la muerte. ¿Morir será volver allá, a la vida de antes de la vida? ¿Será vivir de nuevo esa vida prenatal en que reposo y movimiento, día y noche, tiempo y eternidad, dejan de oponerse? ¿Morir será dejar de ser y, definitivamente, estar? ¿Quizá la muerte sea la vida verdadera? ¿Quizá nacer sea morir y morir, nacer? Nada sabemos. Mas aunque nada sabemos, todo nuestro ser aspira a escapar de estos contrarios que nos desgarran. Pues si todo (conciencia de sí, tiempo, razón, costumbres, hábitos) tiende a hacer de nosotros los expulsados de la vida, todo también nos empuja a volver, a descender al seno creador de donde fuimos arrancados. Y le pedimos al amor -que, siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer- que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten. Oscuramente sabemos que vida y muerte no son sino dos movimientos, antagónicos pero complementarios, de una misma realidad. Creación y destrucción se funden en el acto amoroso; y durante una fracción de segundo el hombre entrevé un estado más perfecto.

…En la época del trabajo en común, de los cantos en común, de los placeres en común, el hombre está más solo que nunca. El hombre moderno no se entrega a nada de lo que hace. Siempre una parte de sí, la más profunda, permanece intacta y alerta. En el siglo de la acción, el hombre se espía. El trabajo, único dios moderno, ha cesado de ser creador. El trabajo sin fin, infinito, corresponde a la vida sin finalidad de la sociedad moderna. Y la soledad que engendra, soledad promiscua de los hoteles, de las oficinas, de los talleres y de los cines, no es una prueba que afine el alma, un necesario purgatorio. Es una condenación total, espejo de un mundo sin salida.

…El hombre moderno tiene la pretensión de pensar despierto. Pero este despierto pensamiento nos ha llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla, en donde los espejos de la razón multiplican las cámaras de tortura. Al salir, acaso, descubriremos que habíamos soñado con los ojos abiertos y que los sueños de la razón son atroces. Quizá, entonces, empezaremos a soñar otra vez con los ojos cerrados