martes, 3 de febrero de 2009

PESSOA.Libro del desasosiego

En las vagas sombras de luz por terminar antes que la tarde
sea pronto noche, disfruto de errar sin pensar entre lo que la
ciudad se vuelve, y ando como si nada tuviese remedio. Me agra-
da, más a la imaginación que a los sentidos, la tristeza dispersa
que está conmigo. Vago, y hojeo en mí, sin leerlo, un libro in-
tersperso de imágenes rápidas, del que voy formándome indo-
lentemente una idea que nunca se completa.

Hay quien lee con la misma rapidez con que mira, y con-
cluye sin haberlo visto todo. Así saco del libro que se me hojea
en el alma una historia vaga por contar, memorias de otro yo
vagabundo, con avenidas de parques en medio, y figuras de seda
varias, pasando, pasando.

Indiscrimino con tedio y otro. Sigo, simultáneamente, por la
calle, por la tarde y por la lectura soñada, y los caminos son
verdaderamente recorridos. Emigro y descanso, como si estuviese
a bordo con el navío ya en altamar.

Súbitamente, los faroles muertos coinciden luces en las pro-
longaciones dobles de una calle larga y curva. Como un batacazo,
mi tristeza aumenta. Es que se ha terminado el libro. Hay tan
sólo, en la viscosidad aérea de la calle abstracta, un hilo exterior
de sentimiento, como la baba del Destino idiota, goteando en la
conciencia del alma.

Otra vida de la ciudad que anochece. Otra alma la de quien
mira a la noche. Sigo inseguro y alegórico, irrealmente sintiente.
Soy como una historia que alguien hubiese contado y, de tan
bien contada, anduviese carnal, pero no mucho, en este mundo
novela, en el principio de un capítulo: "En este momento, se
podía ver a un hombre avanzar lentamente por la calle de..."
¿Qué tengo yo que ver con la vida?