miércoles, 3 de febrero de 2010

ATTILA JÓZSEF

MI MADRE

Tomó en sus manos el tazón
un domingo al atardecer,
sonrió en silencio
y se sentó un poco en la penumbra.

Trajo a casa en una cazuela
la cena de los señores,
y al acostarnos yo pensé
que ellos se comen la olla entera.

Mi madre era pequeña, murió pronto,
porque las lavanderas mueren pronto,
sus piernas tiemblan por la carga
y les duele la cabeza al planchar.

!Y allí el montón de ropa sucia!
Y el vapor como un juego
de nubes y para la lavandera
el desván es un cambio de aires.

La veo, se detiene con la plancha.
El capital destrozó su frágil talle,
se hizo más delgada
pensad en ello, proletarios

Se encorvó de tanto lavar,
yo no sabía que era una mujer joven,
en su sueño llevaba un blanco delantal
y entonces el cartero le saludaba.





¿Y si el día que comienza
acabara con nosotras?
Sería el fin del poema.
Me siento.
Hay una soledad que aprieta
desde una parte ínfima de la cama.
Cómo restar ternura a la lengua
en la abundancia de su cuerpo.
El llanto atrapa los ojos
más acá de lo que dicen.
Más allá,
detrás del deseo,
el derrame de unas voces que no cesan.