lunes, 8 de febrero de 2010

PIERRE BAYARD

• • • No debemos olvidar que incluso un gran lector sólo accede a una proporción ínfima de los libros existentes. Y, por ende, se encuentra siempre, salvo si decide cesar definitivamente toda conversación y toda escritura, obligado a pronunciarse a propósito de libros que no ha leído (pág. 21)

• • • La lectura es ante todo no-lectura y, en el caso incluso de los grandes lectores que le consagran su existencia, el gesto de seleccionar y abrir un libro encubre siempre el gesto inverso que se efectúa al mismo tiempo y que escapa por ello a la atención: aquel, involuntario, de no-selección y de cierre de todos los libros que, en una organización del mundo diferente, habrían podido ser escogidos en lugar del afortunado (pág. 24)

• • • Quien mete las narices en los libros se ha echado a perder para la cultura, e incluso para la lectura. Pues, teniendo en cuenta el número de libros existentes, la elección se impone necesariamente, y en ese sentido toda lectura representa una pérdida de energía para la tentativa, difícil y costosa en tiempo, de dominar el conjunto (pág. 26)

• • • Desde luego, lo que debe tratar de conocer el hombre cultivado son las comunicaciones y las correspondencias, y no ya tal libro en particular (pág. 27)

• • • Ser cultivado consiste en ser capaz de orientarse rápidamente en un libro, y esa orientación no implica leerlo en su integridad, más bien al contrario (pág. 32)

• • • Al igual que Musil, Valéry incita a pensar en términos de biblioteca colectiva y no únicamente de libro. Para un lector genuino, no es tal o cual libro lo que cuenta sino el conjunto de todos los otros, y prestar una atención exclusiva a uno solo de ellos implica arriesgarse a perder de vista ese conjunto y eso que, en todo libro, participa en una organización más amplia que permite comprenderlo en profundidad (pág. 47)

• • • Nuestras propias palabras sobre los libros nos distancian de ellos y nos protegen tanto como los enunciados de otros. En cuanto iniciamos la lectura, e incluso antes, comenzamos a hablar con nosotros mismos, y más tarde con otros, sobre esos libros. A partir de entonces, recurriremos a esos discursos y opiniones, relegando lejos de nosotros los libros reales, convertidos para siempre en hipotéticos (págs. 62 y 63)

• • • La idea de la lectura como pérdida antes que como ganancia es un mecanismo psicológico esencial para quien pretenda definir estrategias eficaces a la hora de sortear las situaciones penosas a las que nos confronta la existencia (págs. 73 y 74)

• • • Nunca hablamos entre nosotros de un solo libro, sino de toda una serie a la vez; serie que interfiere en el discurso a través de un título concreto, cada uno de los cuales remite al conjunto de una concepción de la cultura de la cual es símbolo temporal (pág. 89)

• • • Nada hay de sorprendente en el hecho de que mis estudiantes, sin haber leído un libro que yo comento, logren aprehender rápidamente algunos elementos y no duden en intervenir a partir del conjunto de sus representaciones culturales y de su historia personal (pág. 101)

• • • La mayor parte de las veces, nuestras conversaciones con el otro acerca de libros deberán hacerse desgraciadamente a propósito de fragmentos remodelados por nuestros fantasmas personales y, por consiguiente, sobre una cosa distinta a los libros escritos por los escritores; en cualquier caso, a menudo éstos tampoco se reconocen en lo que acerca de ellos dicen sus lectores (págs. 121 y 122)

• • • El reconocimiento de la no-lectura, aunque pueda albergar una dimensión activa, aparece recubierto en nuestra cultura por un irremediable sentimiento de culpabilidad (pág. 132)

• • • Reconocer que los libros no son textos fijos, sino objetos móviles, significa efectivamente asumir una posición desestabilizadora, puesto que nos confronta, por medio de su reflejo, a nuestra propia incertidumbre, es decir, a nuestra propia locura. No obstante, es aceptando el riesgo de esa confrontación como podemos abordar las obras en toda su riqueza y, a la vez, evitar las situaciones inextricables de comunicación en que nos pone la vida (pág. 160)

• • • Nuestros estudiantes no se otorgan el derecho –puesto que la enseñanza no cumple plenamente el papel desacralizador que debería ser el suyo– de inventar los libros. Paralizados por el respeto debido a los textos y la prohibición de modificarlos, obligados a memorizarlos o a saber lo que “contienen”, muchos de esos estudiantes pierden su capacidad interior de evasión y se niegan a acudir a su imaginación en circunstancias en que, no obstante, ésta resultaría de lo más útil (pág. 194)

• • • ¿Acaso podemos ofrecer a un estudiante un obsequio mejor que el de volverlo sensible a las artes de la invención, es decir, a la invención de sí? Toda enseñanza debería tender a ayudar a quienes la reciben a adquirir la libertad suficiente en relación con los libros como para que ellos mismos puedan convertirse en escritores o artistas (pág. 194)


Cómo hablar de los libros que no se han leído,