lunes, 8 de febrero de 2010

SILVIA PLATH

Impulsados por el imán de la calamidad


merodean y miran como si la casa


quemada fuera de ellos, o como si pensaran


que en cualquier momento algún escándalo pudiera


escurrirse


de un armario asfixiado por el humo;


ni muertes ni heridas prodigiosas


sacian a estos cazadores de la vieja carnaza,


de rastro de sangre de tragedia austera.




Madre Medea con su túnica verde


se mueve humilde como cualquier ama de casa por


sus estancias en ruinas, haciendo el inventario


de zapatos calcinados, de tapicería empapada:


privada de la pira y la tortura,


la multitud le sorbe la última lágrima y le vuelve la


espalda.