lunes, 13 de abril de 2009

LA MUERTE DE UN POETA

El 22 de noviembre de 1881, Heinrich von Kleist mató a Henriette Vogel y de inmediato se suicidó; cumplieron así el pacto de muerte que habían establecido poco antes. El hecho fue un escándalo en casi toda Europa.

Ambos eran personajes notorios. Von Kleist como poeta, narrador y dramaturgo; Vogel por pertenencia de clase y por matrimonio. Henriette y Heinrich se habían conocido de causalidad y casi de inmediato empezaron una relación que nunca fue clandestina.

Él sufría angustias diversas, así como el llamado “mal de melancolía”. Ella buscaba respuestas espirituales a las preguntas terrenas y encontró en el poeta, o en las angustias de éste, lo que su clase social no le daba: comprensión, identidad, afecto.

En su ensayo Heinrich von Kleist. La muerte de un poeta, Michel Tournier reproduce cartas, actas policiales, documentos forenses, extractos de diarios y testimonios que le permiten recomponer los dos días finales de la pareja.

Una de las cartas fue escrita por Henriette a Louis Vogel, su esposo:


20 de noviembre de 1811

¡Mi adorado Louis! Ya no puedo seguir viviendo. Un puño de acero me oprime el corazón. Llámalo enfermedad, flaqueza o como quieras; yo misma no sabría qué nombre darle a mi mal. Todo lo que puedo decir es que veo en mi muerte la mayor de las dichas. ¡Y no puedo llevaros conmigo, a todos vosotros a quienes tanto amo! Pero vosotros podéis reuniros conmigo en la gran unión eterna, entonces sí nada quedaría ya que desear. Kleist, que quiere ser mi fiel compañero de viaje en la muerte, tal como lo fuera en la vida, se encargará de matarme. Después de hacerlo, él a su vez se dará la muerte. No llores, no estés triste, mi generoso Vogel, pues voy a morir de una muerte con la que han sido privilegiados muy pocos seres humanos. Enajenada por el más profundo amor, voy a cambiar la felicidad terrenal por la dicha eterna…

Para entonces, Henriette y Heinrich se habían instalado en la hostería Simming, a unos kilómetros de Berlín, donde habrían de consumar su proyecto. Al día siguiente, Kleist envió una carta a su hermana Ulrika:

21 de noviembre de 1811

Colmado de favores y de dicha como me encuentro, no quiero morir sin antes haberme reconciliado con todos, sobre todo contigo, mi adorada hermana. Esas severas palabras que se escaparon en mi carta a los Kleist, déjame retirarlas. Es verdad, tú has hecho para salvarme no sólo todo lo que estaba en manos de una hermana, sino todo lo humanamente posible. Pero el caso es que nada en este mundo podía salvarme. Así pues, ruego al cielo te conceda una muerte que se acerque siquiera a la mitad de la dicha y del sereno goce que a mí me han sido concedidos.

El 3 de diciembre de 1881, El Moniteur, diario parisiense, publicó un cable fechado en Berlín:

El público todavía sigue ocupándose de la trágica aventura del señor Von Kleist y de la señora Vogel. […] La señora, se dice, padecía una enfermedad incurable desde hace muchos años; los médicos le habían pronosticado una muerte inevitable; y ella había tomado la determinación de poner término a sus días.
El señor Von Kleist, poeta famoso, amigo de la familia, había resuelto suicidarse desde hace mucho tiempo. Los dos desventurados, luego de haberse confiado mutuamente su horrible decisión, decidieron llevarla a cabo juntos.
Para ello, se dirigieron a la hostería de Wilhelmsbruck, entre Berlín y Postdam, a orillas del Lago Sagrado. Una noche y un día prepararon su muerte, orando, cantando, bebiendo varias botellas de vino y ron y, sobre todo, tomado hasta dieciséis tazas de café. Le mandaron una carta al señor Vogel anunciándole la determinación que habían tomado y rogándole que se presentara cuanto antes para que cuidara de la inhumación de sus restos mortales. […]
Cumplido con ello, se encaminaron a la orilla del Lago Sagrado y se sentaron uno enfrente del otro. El señor Kleist tomó la pistola cargada y disparó directamente contra el corazón de la señora Vogel, que se desplomó muerta, Cargó nuevamente la pistola y se saltó la tapa de los sesos. Poco después, el señor Vogel se presentó, encontrando muertos a los dos.

No se sabe cuándo ni dónde, Henriette escribió la siguiente carta a Heinrich. También se ignora si él alcanzó a leerla. Está encabezada en noviembre de 1881, sin fecha.

Mi Heinrich, mi dulce música, mi arriate de jacintos, mi aurora y mi crepúsculo, mi océano de delicias, mi arpa eólica, mi rocío, mi arco iris, mi niñito en las rodillas, mi corazón bienamado, mi alegría en el sufrimiento, mi libertad, mi esclavitud, mi aquelarre, mi cáliz de oro, mi atmósfera, mi calor, mi pensamiento, mi más allá y mi más acá deseados, mi adorado pecador, consuelo de mis ojos, mi más dulce preocupación, mi bella virtud, mi orgullo, mi protector, mi conciencia, mi bosque, mi esplendor , mi espada y mi casco, mi generosidad, mi mano derecha, mi escala celestial, mi san Juan, mi caballero, mi dulce paje, mi poeta puro, mi cristal, mi fuente de vida, mi sauce llorón, mi amo y señor, mi esperanza y mi firme propósito, mi constelación amada, mi pequeño cariñoso, mi firme fortaleza, mi dicha, mi muerte, mi fuego fatuo, mi soledad, mi hermoso navío, mi valle, mi recompensa, mi Werther, mi Leteo, mi cuna, mi incienso y mi mirra, mi voz, mi juez, mi dulce soñador, mi nostalgia, mi alma, mi espejo de oro, mi rubí, mi flauta de Pan, mi corona de espinas, mi mil portentos, mi maestro y mi alumno, te amo por encima de todo lo que hay en mi pensamiento. Mi alma es tuya.

Henriette

P.S. Mi sombra al mediodía, mi fuente en el desierto, mi madre amada, mi religión, mi música interior, mi pobre Heinrich enfermo, mi cordero pascual, suave y blanco, mi puerta al cielo.


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