Volvemos de noche y por primera vez percibimos el aroma de la madreselva. El niño se siente mal, pero reanudamos nuestros susurros; apaga la luz. Entonces soñé que seducía a L.E., y créeme que fue difícil; y no comprendo la caprichosa lascivia de la mente adormilada. Como con L., mi amigo melancólico (...) Y él, que desea ver a sus hijos y las cuatro paredes de su casa, vuelve. Su destino es que la vida sea una historia triste. Me preguntó cómo podría mejorarla. Como en el caso de muchos melancólicos, sus apaños sexuales son sumamente importantes, pero jamás demasiado vívidos. Al hablar sobre homosexualidad en Europa, los dos nos sonrojamos y cerramos los ojos como si fuéramos vírgenes, lo que de hecho somos; pero no creo que le sentara bien vivir un idilio en Verona con un limpiabotas negro. Me gustaría que fuera más feliz y no comprendo por qué no lo es.
(Diarios)