Me aplastaba el peso de una gran puerta. Y con sempiterna sensación de que si conseguía expresarme eróticamente reviviría. (...) Casi todas las aberraciones parecen cosa del pasado.
Escribir bien, con pasión, con menos inhibiciones, ser más cálido, más autocrítico, reconocer el poder de la lujuria tanto como su fuerza, escribir, amar.
Me parece que con mis otoños rosados y mis crepúsculos invernales no soy de primera categoría. (...) Debo ser excéntrico, cordial, tierno para algunas cosas, reflexivo, subjetivo, obligado a repensar mi prosa por la falta de nobleza de parte de mis materiales.
(Diarios)