sábado, 30 de enero de 2010

FLAUBERT

"Se fue por el mundo mendigando el sustento.
Tendía la mano a los que cabalgaban por los caminos, con genuflexiones que se acercaban a las de los segadores, o bien se plantaba, inmóvil, ante los portillones de los patios; y era tan triste su cara que nunca le negaban la limosna.
Como acto de humildad, contaba su historia; y entonces le huían, haciendo la señal de la cruz. En los pueblos por los que ya había pasado, cerraban las puertas en cuanto le reconocían, le gritaban amenazas, le tiraban piedras. Los más caritativos posaban una escudilla en el borde de la ventana y echaban el tejadillo para no verle.
Arrojado de todas partes, evitó a los hombres; y se alimentó de raíces, de plantas, de frutos perdidos y de mariscos que buscaba por las playas.
A veces, un la ladera de un alcor, veía bajo sus ojos una confusión de tejados muy juntos, unas torres, unas calles negras que se entrecruzaban, y subía hasta él un zumbido continuo.
La necesidad de sumarse a la vida de los demás le hacía bajar a la ciudad. Más la pinta bestial de las caras, el ruido de los oficios, la indiferencia de las palabras le helaban el corazón. Los días de fiesta, cuando, desde el alba, el bordón de las catedrales ponía en algazara a todo el pueblo, miraba a los habitantes saliendo de sus casas, y después el baile en las plazuelas, y las fuentes de cerveza en las esquinas, y las colgaduras de damasco en los palacios de los príncipes, y, llegada la noche, por las cristaleras de la planta baja, las largas mesas de familia, en torno a las cuales los abuelos tenían a los niños sobre las rodillas; le ahogaba la congoja, y se volvía a los campos.
Contemplaba con arrebatos de amor a los potros en las praderas, a los pájaros en los nidos, a los insectos posados en las flores; y al acercarse él, todos corrían más lejos, se escondían asustados, echaban a volar.
Buscó las soledades. Pero el viento le traía al oído como estertores de agonía; las lágrimas del rocío cayendo al suelo le recordaban otras gotas más pesadas. Todos los atardeceres, el sol derramaba sangre en las nubes; y todas las noches se repetía, en sueños, su parricidio."


La leyenda de San Julián el Hospitalario