jueves, 11 de febrero de 2010

DORIS LESSING

Un hombre de edad mayor se hallaba con su cara muy próxima a la reja de la jaula de las
aves. Todo en relación a él era amarillento y seco, como un hongo en un viejo tronco, al
tiempo que su espalda se mostraba llena de la vitalidad propia de la indignación. En la
jaula viven flamencos y grullas, pero lo que él miraba era un ave de corral, un joven gallo
colorido como una puesta de sol, sentado en un tronco lustroso y levantando sus alas en
el acto de estallar cacareando su canto triunfal. Todo en él era iridiscente, negro, oro y
escarlata. “Tú, cállate”, lo amenazó el hombre a través de la reja. El gallo respondió con
un “quiquiriquí”, o más bien con un “cocorocó”, y el hombre dijo, “¿Por qué estás tan
satisfecho de ti mismo?”, a lo cual el gallo respondió con un nuevo cacareo, elevándose
una pocas pulgadas y volviendo a acomodarse. “Solo cállate” dijo el hombre. La gente lo
miraba con humor y lo señalaba con el dedo. Él se dio cuenta y les dio la espalda,
sacando pecho y lanzando miradas feroces. Entonces decidió marcharse, un-dos, un-dos,
a través de los árboles. El gallo remeció sus barbas escarlatas y descendió elegantemente
de su tronco.


Placeres del parque (fragmento)