jueves, 22 de noviembre de 2012

Fernando Pessoa, Libro del desasosiego

Oh noche donde las estrellas fingen su luz, única cosa del tamaño del Universo, vuélveme, en cuerpo y alma, parte de tu cuerpo, que yo pueda perderme en ser pura tiniebla y me haga también noche, sin sueños que en mí sean estrellas, ni sol esperado que desde el futuro me ilumine

. Primero es un ruido que produce otro ruido, en la concavidad nocturna de las cosas. Después es un aullido vago, acompañado de un oscilar arrastrado de los letreros de la calle. Más tarde se hace de pronto un alto en la voz rugiente del espacio, y todo se estremece, y no oscila, y hay silencio en el miedo de todo esto como un miedo sordo que ve a otro miedo ya pasado.
Después no hay nada sino el viento -sólo el viento, y reparo entre sueños que las puertas tiemblan en sus prisiones y que de las ventanas sale un sonido de cristales resistiendo.
No duermo. Entresoy. Tengo vestigios en la conciencia. Me pesa el sueño sin que me pese la inconsciencia. No soy. El viento. Me despierto y vuelvo a dormir y sigo sin dormir. Hay un paisaje de ruido fuerte y torvo más allá de mi desconocerme. Saboreo, con prudencia, la posibilidad de dormir. Y duermo, en efecto, pero no sé si duermo. Hay siempre en aquello que juzgo que es el sueño un ruido de final absoluto, el viento en la oscuridad, y, si sigo escuchando, el ruido en mí de los pulmones y del corazón.