jueves, 5 de febrero de 2009

Él se lo buscó (fragmento) del libro ONCE TIPOS DE SOLEDADES

(...) Walter se secó las manos con cuidado. Después fue hasta el sillón del living y se instaló ahí con una revista, inspirando en forma lenta y profunda para demostrar que podía controlarse. Al minuto, ella llegó para unírsele, sin el delantal y con el lápiz de labios retocado. Traía una coctelera llena de hielo. -Oh -dijo, con un suspiro-. Gracias a Dios que ya terminó. Y ahora un poco de paz y tranquilidad.
-Yo busco los tragos, querida -dijo él, poniéndose de pie. Había deseado que su voz sonara normal en ese momento, pero aun así le salió con el eco de una cámara de resonancia.
-No lo harás -ordenó ella-. Te sientas. Mereces sentarte y que te atiendan, cuando llegas y pareces tan cansado. ¿Cómo fue el día, Walt?
-Ah, todo bien -dijo él, sentándose otra vez-. Perfecto. -
La observó calcular la medida de gin y de vermouth, sacudiendo la coctelera a su modo rápido y prolijo, arreglando la bandeja y trayéndola a través de la sala. -Aquí tienes -dijo ella, sentándose cerca, a su lado-.
¿Sirves, querido? -Y cuando él había llenado los vasos helados ella levantó el suyo y dijo-, Ah, qué lindo. Salud.
Este humor de cóctel feliz era un efecto cuidadosamente estudiado, lo supo. También lo era la firmeza maternal durante la cena de los chicos. También lo era la eficiencia enérgica y razonable con la que había atacado el supermercado más temprano, ese mismo día. Y así sería, más tarde, a la noche, la ternura de su entrega. La rotación ordenada de muchos humores era su vida, o, más bien, aquello en lo que su vida se había convertido. Lo manejaba bien y era sólo raramente, mirando su cara muy de cerca, que él podía darse cuenta de cuánto le estaba costando el esfuerzo. Pero el trago fue una gran ayuda. El primer sorbo, amargo y helado, pareció restaurar su calma y el vaso en su mano parecía profundo, para su tranquilidad. Tomó uno o dos tragos más antes de atreverse a mirarla otra vez, y cuando lo hizo fue una visión alentadora. Su sonrisa estaba casi completamente libre de tensión y pronto estaban hablando juntos, tan cómodos como amantes felices.
-Ah, ¿no es lindo sentarse y relajarse? -dijo ella, dejando que su cabeza se hundiera en el tapizado-.
¿Y no es lindo pensar que es viernes a la noche?
-Seguro -dijo él, y puso, de inmediato, su boca en vaso para disimular el impacto. ¡viernes por la noche! Eso quería decir que faltaban dos días para que pudiera siquiera empezar a buscar un trabajo; dos días de tibia prisión en la casa, o de vérselas con triciclos y chupetines en el parque, sin esperanza alguna de escapar de la carga de su secreto.
-Gracioso -dijo-. Casi me había olvidado de que es viernes
-Ah, ¿cómo puedes olvidarlo? -Serpenteó, complacida, en el sillón. -Yo lo espero toda la semana. Dame un poco más, querido, y después vuelvo a las cosas de la casa.
Sirvió un poquito más para ella y un vaso entero para él. La mano le temblaba y derramó un poco, pero ella pareció no darse cuenta. Tampoco parecía darse cuenta de que sus respuestas se volvían más y más tensas en el curso de la conversación. Cuando volvió a las cosas de la casa -enmantecar la carne, dar por terminado el baño de los chicos, ordenar su habitación para la noche- Walter se sentó, solo, y dejó que su mente se deslizara en una confusión pesada, embotada de gin. Una sola idea persistente llegó a su cabeza, un consejo para sí, que era claro y frío como el trago que iba una y otra vez a sus labios: aguanta. No importa lo que ella diga, no importa lo que pase esta noche o mañana o al día siguiente, solamente aguanta. Aguanta. (...)