sábado, 30 de enero de 2010

CHEEVER

¿Y qué importa si un domingo, al entrar en nuestra iglesia de piedra sin calefacción, el sacerdote con sus velas y campanillas nos recuerda algún rito iniciático de la infancia, una ceremonia en el granero o el cobertizo para ingresar en la misteriosa orden de la Avispa Verde? ¿Qué importa si nuestras mentes divagan por asuntos indignos de la oración, si nos concentramos en los almohadones rotos, aspiramos el perfume de la mujer que está delante, analizamos nuestra vida sexual, soñamos con un café bien caliente o pronunciamos las contestaciones con voz más fuerte que la del hombre que está al otro lado del pasillo? ¿Qué importa todo esto?