lunes, 8 de febrero de 2010

DON FERNANDO

Julio 25 de 1907.

Estoy cansado den confiar en mí mismo, de lamentarme de mí, de apiadarme de mí mismo hasta las lágrimas.

Acabo de tener una especie de cena con la T[ía] Rita acerca de F. Coelho. Hacia el final de ella, sentí de nuevo uno de esos síntomas que cada vez se tornan más claros y aún más horribles en mí: un vértigo moral. En el vértigo físico hay una vorágine del mundo externo en relación a nosotros; en el vértigo moral, una vorágine del mundo interior. Por momentos me parece perder el sentido de la verdadera relación de las cosas, perder la comprensión; caer en un abismo de suspensión mental. Es esta una sensación horrible, sentirse aplastado por un miedo informe. Estos sentimientos se van tornando comunes, parecen estar pavimentando mi camino a una nueva vida mental, que puede, sin duda, ser la locura. ― En mi familia no comprenden mi estado mental ― no, no la comprenden. Se ríen de mí, se burlan de mí, no me creen; dicen que pretendo mostrarme como una persona fuera de lo normal. Nada hacen para analizar ese deseo de ser extraordinario. No pueden comprender que entre ser y querer ser extraordinario no existe sino la diferencia de la conciencia que se suma al hecho de querer ser extraordinario. Es lo mismo que ocurría mientras jugaba con soldados de plomo a los siete y a los catorce años; en la primera edad ellos eran cosas, y en la segunda, seguían siendo cosas y además, eran juguetes al mismo tiempo, aunque el impulso de jugar con ellos permanecía y era el estado psíquico fundamental y real.

* * *

Julio 25:

No tengo en quién confiar. Mi familia no entiende nada. A mis amigos no puedo atormentarlos con estas cosas; No tengo amigos realmente íntimos, en la forma en que entiendo la intimidad. Soy tímido y reacio a dar a conocer mis preocupaciones. Un amigo íntimo es una de mis cosas ideales, uno de mis sueños diurnos aunque no parezca haber un personaje en el mundo que muestre posibilidades de aproximarse a ser aquello que sueño en un amigo íntimo. Acabemos con esto. ― Amantes o novias no tengo―; y son también para mí un ídeal aunque sólo encuentre, por mucho que busque al interior de ese ideal, nada más que vacuidad. ¡Imposible, algo como yo lo sueño! ¡ay de mí! ¡pobre Alastor! ¡Oh Shelley, cuánto te comprendo! ¿Podré yo confiar en mi madre? ¡Cuánto desearía tenerla aquí, junto a mí! Tampoco puedo confiar en ella, pero su presencia habría aliviado mucho de mi dolor. Me siento tan sólo como un náufrago en el mar. Y en últimas, también soy náufrago. Por eso sólo puedo confiar en mí mismo. ¿Confiar en mí mismo? ¿Qué confianza podría tener en esa línea? Ninguna. Mientras la releo, sufre mi espíritu por sus pretensiosas palabras, ¡cuánto parecen de un diario literario! En algunas incluso tengo estilo. SIn embargo, yo sufro. Un hombre puede sufrir tanto vestido con un traje traje de seda como enfundado en un saco o envuelto en una sábana de retazos.

Nada más.